Cuando sonríes al hablar tu rostro se relaja, y tu gesto mejora. Además de sentirte mejor, el tono de tu voz se modifica, se hace más cálido y abierto, más agradable al oído de tu interlocutor.
Cuando hables por teléfono procura sonreír. Incluso cuando estés hablando con tus superiores por el intercomunicador, hazlo con una sonrisa en el rostro. Por negativo que pueda ser el contenido del comunicado, si lo haces con una sonrisa en la cara verás que hay una gran diferencia en la aceptación por parte de quien esté del otro lado de la línea.
Solemos sonreír cuando hablamos con el jefe. Sin embargo, la sonrisa no sólo es para convidar a los directivos, sino a todos. Al ingresar a la oficina con un gesto más alegre contagiarás el entusiasmo, colaborando así en la creación de un entorno laboral ameno. Cuando le sonríes a un colega o compañero de trabajo, en especial al hablar de temas laborales, mejorarás su aceptación y lo predispondrás en un modo mental más receptivo que si lo hicieras con un gesto de enojo. Verás que tan sólo con sonreír, de a poco, te prestarán más y mejor atención, y las comunicaciones también serán más respetuosas con colegas, jefes, subalternos y con todos.
Cuando hemos adoptado este saludable hábito de sonreír, debemos también entrenarlo. Si la has adoptado como parte habitual de tu gestualidad, debes entrenarla para no asomarse en los momentos inadecuados.
Una sonrisa durante un comentario de despidos, ajustes, penurias y demás no sería la mejor elección, y tampoco ganarías nada enseñando el ceño fruncido. Cuando no estés sonriendo, mantén el rostro en expresión neutra, y evitarás así las situaciones adversas.