Hay colegas que, por profesión o por costumbre, siempre buscan hacer la mala acción, obtener el beneficio personal a cualquier costo, y hasta dan malos consejos de venganzas y pleitos. Son eternos defensores de los “derechos de los desprotegidos”, sea quien fuere: aunque el obrero haya cometido un error, estas personas suelen ir aconsejando hacer demandas, pelearse, quitarle el saludo al supervisor, y cualquier acción que no tienda a la solución pacífica de los conflictos.
Constantemente hablan de los derechos de los subalternos, y de las obligaciones de los superiores, y muy rara vez mencionan las responsabilidades en el trabajo. Si mencionas que ya no tienes grampas en tu escritorio, ellos comienzan a hablar mal hasta del departamento de compras. De más está decir que estas personas cargan una energía negativa que no te llevará a ningún espacio de claridad en el trabajo, y que tampoco te permitirán tener paz y productividad con este enfoque tan negativo.
Por el contrario, hay personas que todo lo ven en positivo. No marcan errores, e intentan verle el lado brillante a la tormenta más oscura. Esta es una genial característica para la vida, pero cuando se trata de tu co-equiper, tu supervisor o la persona en la que confías para que te ayude a progresar, no te será de gran ayuda.
Al no señalar errores, nunca aprenden en su camino. Si te estás equivocando en algo, si hay algo que no has visto, si has sacado mal un número en el trabajo, estas personas no te lo hacen saber, y dejan de lado aquello que “del error se aprende”, pues intentan obviar los errores en sus vidas, y también en las ajenas.
También están las personas profundamente desvinculadas con la labor y con la entidad. No suelen dialogar, y cumplen sus tareas mecánicamente, sin aportar interés ni opinión. Si se les pide ideas en la reunión, responden con un esquivo “no lo sé”. No participan, no restan pero tampoco suman, y ni siquiera se interesan por progresar. Sólo cumplen la labor, para salir del edificio y llevar adelante su misteriosa vida, que no comparten con nadie.
Los chismosos son una clase peligrosa de compañero de oficina. No se resisten a un comentario, le dan importancia a lo que en verdad no la tienen, e interrumpen el trabajo propio y el ajeno por hablar –bien o mal, con verdad o con mentiras y rumores- de cualquier persona. No contribuyen a un buen ambiente, sino que lo alteran, esparciendo esos comentarios que, en la gran mayoría de los casos, carecen de toda verdad.