La procrastinación (procrastination, en inglés), es, según el diccionario, la acción de aplazar o retrasar algo. En este caso concreto, hablamos de la procrastinación en el trabajo: el aplazamiento constante de lo que tenemos que hacer, para dedicarnos a alguna otra tarea, que obviamente afecta nuestra productividad.
Pero parece ser que la procrastinación es un trastorno de comportamiento asociado al estrés (aplazamos algo porque nos produce displacer hacerlo). El problema es que el aplazamiento, el saber que tenemos una tarea pendiente, a la vez nos genera más ansiedad y más estrés… un círculo vicioso.
Si eres de los que posponen, aplazan, demoran, lee estos consejos para cambiar tus hábitos.
Uno de los errores frecuentes que cometemos en el trabajo diario es dejar para el final las tareas más importantes, o más complejas, con la idea de que, de ese modo, podremos dedicarles “todo el tiempo que merecen”. Claro que ese tiempo no parece existir: o ya es demasiado tarde para comenzar, o el tiempo que les dispusimos no alcanza. Por lo tanto, las tareas importantes quedan sin hacer, o a medio hacer, que es casi lo mismo. ¿El resultado?: la sensación de no haber hecho lo que debíamos, y de “espada de Damocles” sobe nuestras cabezas, cuando los plazos se acortan.
La verdad es que, en la mayoría de los casos, la tarea que aplazamos no es más importante ni más compleja, es la que más nos cuesta o menos nos gusta hacer.
La solución es simple: comencemos el día haciendo esa tarea y, seguramente, veremos que requiere menos tiempo del que pensamos necesitar. Luego, podremos proseguir con el resto de las labores con mayor tranquilidad.
Muchas veces cometemos el error de dedicar demasiado tiempo, en forma continuada, a una tarea que podríamos hacer en etapas. Esto trae aparejados varios inconvenientes: por un lado, nos agotamos de hacer lo mismo durante muchas horas; por otro, perdemos concentración, especialmente si no hacemos pausas o no nos tomamos “recreos” para despejar la mente.
Muchas tareas pueden ser repartidas en “bloques” a lo largo del día o la semana, dependiendo de los plazos de entrega. Eso nos ayudará a no sentirnos agobiados.
También es bueno identificar los momentos del día en que nos sentimos con mayor energía, y hacer en esos horarios aquellas tareas que requieren mayor concentración o nos resultan más tediosas.
Es necesario tener una actitud productiva y positiva desde el momento en que comenzamos a trabajar (o desde que nos levantamos, si es posible). Quizás debamos inyectarnos entusiasmo a nosotros mismos, pero eso ayuda a realizar las tareas diarias sin dilaciones.
Si tenemos un plan de trabajo, convirtamos en un desafío personal el cumplirlo a rajatabla (o lo mejor que podamos, en todo caso). Si vemos que comenzamos a flaquear, tomemos un descanso (y no para sentir lástima por nosotros mismos) y volvamos a las tareas.
También es posible que el plan que nos propusimos sea irreal, más una ilusión que una posibilidad concreta. En una semana nos daremos cuenta de las dificultades que conlleva cumplir nuestra planificación. Podemos ir haciendo ajustes sobre la marcha, hasta encontrar nuestro ritmo.