Hemos visto las diferencias entre ser jefe y ser líder, y entre ser trabajador y ser emprendedor. Pero las distinciones van incluso más profundo que esto, por ejemplo, se puede ser un líder extraordinario, o uno regular. Hay grandes diferencias entre ambos, que se reflejan directamente en su nivel de aciertos y en su productividad, además de la eficiencia de su plantel y corporación.
Es cierto que hay quienes nacen para líderes. Llegan a este mundo con un sentido de elegancia, mandato, gentileza y fortalezas evidentes en lo laboral. Pero estas son características de casi cualquier líder. ¿Qué es lo que diferencia a uno regular de uno extraordinario? Pues factores como el sentido de justicia, la inspiración de confianza, el proceso mental veloz y la capacidad de proyección.
Y no siempre se nace con estas enormes capacidades. Si tienes pasta de líder, puedes aprenderlas y ejecutarlas en la práctica diaria. Con suficiente práctica, estas conductas se tornarán en un saludable hábito, en parte de tu personalidad e identidad, y te dejarán en la cúspide de las apreciaciones en tus cualidades de liderazgo.
Además de las condiciones ya conocidas para diferenciar al jefe del líder, como el sentido de compañía y de enseñanza en lugar del regaño, quien se destaca tiene una profunda apreciación por los objetivos, y una practicidad mental que lo orienta a un pensamiento estratégico. El líder no deja de lado el objetivo, ni deja de tener en mente las acciones para lograrlo en pro al beneficio común y no sólo al de la corporación. El líder extraordinario comprende las necesidades y condiciones particulares de cada persona, hace una repartición de tareas en base a estas cualidades, y sabe cómo mantener alta la moral durante las extensas jornadas laborales.
El poner manos a la obra sin dilaciones ni esperas es otra de las cualidades del gran líder. No deja pasar el tiempo, ni deja para mañana lo que puede iniciar hoy. Eso sí: también está consciente de las tareas actuales, y ordena las acciones y la división de labores para evitar colapsos innecesarios, al igual que para mantener la productividad siempre alta sin exigencias sobrehumanas en su plantel.
Finalmente, hablamos del sentido de justicia. Esta es una cualidad que puede entrenarse y practicarse en casi cualquier aspecto de la vida, mientras que para los líderes es una de las señales del éxito asegurado. El líder extraordinario es justo con sus empleados, proveedores, clientes, y también es justo con la empresa y consigo mismo. Sabe qué capacidades pueden fomentarse en cada uno, y cuáles han llegado a su máxima capacidad. Sabe presionar cuando es necesario para el crecimiento, y sabe cuándo es el momento de mediar en conflictos propios o ajenos, siempre con el objetivo en mente y buscando el bien de todas las partes involucradas, algunos más y otros menos, pero siempre en avance y hacia lo positivo.