Se dice, muy a menudo, que la mayor parte del éxito o del fracaso en las comunicaciones está en el modo, mucho más que en el contenido. Es que la comunicación violenta, agresiva, sólo busca intimidar y minimizar al interlocutor, sin consideración a la llegada del mensaje ni a su efectividad. En el ámbito laboral, la comunicación violenta es algo a lo que debemos dedicarnos, para eliminarla y modificarla por una más asertiva y eficaz.
La buena comunicación, en especial en el trabajo, es aquella que resulta clara y concisa. El mensaje llega al receptor de manera específica, y éste logra comprenderlo, decodificarlo y ponerlo en acción. Para que ello suceda, el trato ha de ser cordial, el ambiente positivo, y el mensaje formulado con respeto y atención.
Por otro lado, tenemos la comunicación violenta, agresiva. Es un tipo de mensaje que normalmente se da desde un jefe o superior mal agestado, y un empleado o subalterno a veces sumiso. Es una comunicación completamente carente de respeto, intimidante, negativa, que poco efecto surge en el interlocutor.
En base a amenazas, el comunicador violento se vale de insultos, malas palabras, gritos y un alto volumen de la voz para hablar con las demás personas, sean colegas o empleados. Un mal trato, falta de respeto, incluso desprecio y desinterés por la efectividad del mensaje caracterizan a esta comunicación, que deja de lado su objetivo principal (el hacer llegar el mensaje, por ejemplo) en pro de continuar con una mala energía y una mala relación laboral.
Además de los gritos y el mal talante, el comunicador agresivo y violento utiliza mensajes de reproche (tanto laboral como personal), ya sea ante errores del personal, por mala o baja productividad o, en el peor de los casos, de manera constante. Esta comunicación no busca ni logra mejorar la productividad ni elevar la moral, sino que provoca miedos, rechazos y tensión en el ambiente de trabajo.
La modalidad comunicativa es de ataque, no es de diálogo, enseñanza ni comentario. Al hablar de un modo agresivo y atacante, sólo se logra que el interlocutor tome una de dos posiciones: estar a la defensiva, o contraatacar. Ninguna de las dos situaciones provoca una buena comunicación, de más está decirlo.
Al carecer del respeto del emisor, el receptor desatiende la importancia o el contenido del mensaje, sino que calla por miedo o por frustración, acumulando malestares y resentimientos que terminan por afectar la moral y el ambiente laboral, llevándolo hacia uno poco productivo y de empleados enajenados con respecto a las jefaturas agresivas.