Cuando estabas en la escuela y la maestra te demandaba presentar un informe era bastante clara en ello: debe ser de este tema, en esta cantidad de palabras, y debes presentarlo el próximo lunes a las 9 en punto. Con semejante esclarecimiento, era sencillo adecuar la agenda para cumplir con la asignación. Y en el trabajo sucede algo bastante parecido, con algunos ingredientes extra.
La enorme diferencia entre la escuela y el trabajo es que manejamos con diversas cosas a la vez. En el trabajo tenemos distintos asuntos por cumplir, a lo que se suma el mantenimiento y atención del hogar, de los hijos, de la vida social y un buen manojo de cumplimientos, obligaciones y compromisos.
Esa es una enorme diferencia, pues la mayoría de estos compromisos en lo laboral tienen su propia fecha límite. Entonces, ¿cómo cumplirlas?
La agenda es vital. Es la que nos ayuda a liberar la mente de la responsabilidad de recordar todos los datos, es la que nos recuerda cuándo comenzar y qué puntos clave debemos estar alcanzando para la fecha de hoy.
En el momento mismo en que se te asigna una labor, consulta sobre sus detalles (todo lo que puedas preguntar) y también sobre la fecha límite. Luego, anota el asunto en tu agenda, en el día de la presentación y en el actual si lo prefieres, o bien anota el día de la presentación, el día anterior un recordatorio, y en el sector de anotaciones coloca los detalles aprendidos para esa asignación.
Hoy se suele utilizar más la agenda electrónica y la incluida en tablets, móviles y otros dispositivos, que organizan nuestros días y nos recuerdan sus detalles con alarmas de todo tipo. Pero si eres de los que prefieren el uso de agendas en papel, recuerda que has de revisarla a diario para cumplir con todas tus obligaciones.
Una buena idea de hacerlo es analizarla por la mañana, en el desayuno. Si prefieres, revisa también la de ayer, para refrescar temas, y revisa la de mañana para ir preparándote. Nuevamente al mediodía has de revisar tu agenda, para recordar las obligaciones de la tarde.