Se ha demostrado que, aquellas personas que se dedican a tareas que les resultan satisfactorias, sufren menos estrés laboral que quienes hacen diariamente un trabajo que no les gusta. Pero también es cierto que la gran mayoría de las personas que trabajan no tiene la oportunidad de elegir qué hacer, o desechar una oportunidad laboral sólo porque no les gusta el trabajo. La necesidad se impone al placer. ¿Cómo manejar esta situación?
En primer lugar, haz una lista de las cosas que sí te gustan de tu trabajo (siempre hay alguna). Si encuentras cosas que te gustan, sería bueno que te concentraras en ellas cada día, y tomes las que no te gustan como un “mal necesario”.
Cuando nuestras habilidades no son suficientes para la tarea que realizamos, será inevitable sentirnos mal. Quizás una buena capacitación podría ayudarte a hacer tu tarea de forma más eficiente, y hasta es posible que comience a gustarte más, ya que las nuevas habilidades te darán autonomía y seguridad, y esto reducirá el estrés, con seguridad.
La falta de organización, el desorden y el mal manejo del tiempo también pueden hacer que nos sintamos mal con nuestro trabajo, ya que se generan presiones que, sin duda, se traducen en estrés.
Define cuáles son las tareas más importantes, el tiempo que necesitas, y encuentra la forma de hacerlas que te resulte más simple. Lleva una agenda diaria de tareas a realizar y trata de cumplirla.
Si siempre estamos atrasados con el trabajo, este puede llegar a resultarnos una carga difícil de sobrellevar. De hecho, en este caso, no es nuestro trabajo el que no nos gusta, sino la forma en que lo hacemos, y cómo esto nos hace sentir.
Más allá de que siempre deberíamos tratar de sentirnos lo mejor posible, incluso haciendo tareas que no son totalmente de nuestro gusto, lo mejor es que comiences a buscar un nuevo trabajo, orientado a aquellas cosas que te gustan hacer, o de las que tienes más conocimientos, sin descuidar el trabajo que ya tienes. Y mientras el nuevo aparece, trata de pasarlo lo mejor posible.